Limpia tu mente, no pienses. Déjate llevar y sigue tu instinto. Las cosas imposibles de conseguir son sólo aquellas que no se intentan. Olvida lo que sabes, olvida tus miedos, ¡olvídalo todo!.
Es domingo, el mar está planchado y no hay nada de viento. Una lluvia muy ligera refresca la mañana mientras realizo todos los preparativos. Rafa llega puntual y tras los últimos ajustes nos vamos al puerto.
La lluvia no para, ni parará en todo el día. No pasa nada, es de esos días que sabes que mientras siga lloviendo, no habrá viento, así que ¡viva la lluvia!. Empezamos a tocar algunos puntos. La calma lo invade todo, hasta se escucha la conversación de unos chambeleros fondeados a bastante distancia. En superficie todo es paz y tranquilidad, mientras que en el fondo la batalla por la vida se desata a cada momento. El ambiente submarino es épico, las zonas rebosan de bancos de bogas y castañuelas.
Esperando en un cantil, las castañuelas se abren por mi derecha de manera alarmante y entre ellas aparece un llobarro de los gordos seguido por una escolta de machos salidos. Es muy oscura y por un momento altera su trayectoria para echarme un ojo. Me agacho un poco y la llamo, pero no funciona y sigue su camino agobiada por tanta hormona con aletas.
Visitamos varios puntos más, pero sin suerte. Rafa ve algunos dentones lejanos y pasivos. Los dejamos para más tarde. Bueno, ha llegado el momento... vamos al Hotpoint ya.
La emoción va subiendo conforme nos acercamos. Sólo el recuerdo de ayer me hace salivar, ayer fue un día buenísimo, hoy tiene que ser brutal. Voy al agua y me tranquilizo. Controlando las pulsaciones y la respiración. Me centro en la zona, decido una orientación, ventilo, ventilo... ¡vamos!.
Libera la mente, olvidalo todo. No pienses.
Llego al fondo, en el borde de una visera grande con una piedra desprendida en su extremo y me coloco. Una panorámica lenta me sirve para localizar las posibles entradas. Veo varios grupos de castañuelas y mucha boga. No hay indicios de dentones, todavía. Espero un poco más, el agua está limpia por lo que a priori había decidido esconderme bien, aunque sacrificara un poco de campo de visión. Sigo esperando. Pasa el tiempo y las castañuelas no se mueven.
Tranquilo, no hay prisa, no te agobies. Tienen que estar.
En la lejanía, aparecen dos dentones. Pequeños y un poco intrigados. Les llamo suavemente, están muy lejos para verme. Se enfilan un poco y tras ellos, aparece "el banco". Unos 7 u 8 ejemplares de 2 a 3kg y entre ellos algunos que destacan más. Están ahí, tranquilos, lejanos, confiados. Me incorporo un poco, llamo y a continuación me agacho hundiéndome más en la piedra. Los veo remolonear con cierta inquietud. Entre ellos hay un cabezón que me mira y se acerca despacio.
Coletazo a coletazo se va acercando muy poco a poco. Moviéndose a cámara lenta, no viene directo, va un poco escorado a su derecha y termina girando. Se para. Le llamo de nuevo mientras permanezco inmóvil. Me vuelve a encarar, aún está lejos. Un par de coletazos, se deja llevar mientras escora de nuevo, se va a girar otra vez. Se gira, avanza en paralelo un poco más. Aún está lejos.
La partida está a punto de terminar, el tiempo se agota y la superficie me llama. Le vuelvo a llamar una vez más, no le pierdo el foco con el fusil. Se gira, me mira, le miro, un coletazo, dos coletazos... ¡se va a girar otra vez y aún no está a tiro! ¡NO! no queda tiempo y ambos lo sabemos.
¡No pienses!
Libera el instinto, no tengas miedo, confía, es el momento.
¡deja de intentar cogerlo y cógelo! ¡está ahí!
Te conozco mejor que nadie, sé lo que estás pensando y sé lo que vas a hacer. Sé lo que tengo que hacer. Saco el brazo derecho con el fusil mientras con el izquierdo me desplazo un poco hacia delante. Me estiro. Está muy lejos todavía, pero la varilla ya ha salido en su busca. El impacta sobre el flanco izquierdo produce un sonido sordo. ¡Chock!. El dentón no arranca, se agita pero no arranca, le he dado en la espina. Se mueve alborotadamente flexando la varilla de un lado para otro. No veo la varilla salir por el otro lado, pero ya voy camino a la superficie.
No suelto carrete, solo mantengo la tensión. El pulso a mil, la adrenalina a tope. No puedo evitar gritarle a rafa que me mira desde la barca, ¡Dentonaco!. Bajo la cabeza, sigo manteniendo la tensión, y recuperando centímetro a centímetro los 5m de nylon que me separan de la varilla y del dentón. El pánico se apodera de mi cuando veo brillar ligeramente la aletilla a flor de piel por el lado del impacto. ¡Está a un milímetro de romper!. El dentón, al sentirme ya cerca, reacciona y pega un coletazo. ¡No! ¡No! ¡No!, aflojo el nylon, le dejo irse un poco... veo claramente la aletilla y el girón de piel que lo sostiene. Vuelvo a recoger, palmo a palmo, despacio. Ya lo tengo, ¡ya casi está!. ¡Un poco más!. Le echo la mano a la cola, ¡es tremendo!. ¡Es mío!