Hola colegas!
Ya iba tocando un relato y esta ocasión bien lo merece. Le comenté a un amigo al salir del agua que posiblemente sea la mejor pesca de mi vida y él puso cara de duda, pero lo seguro es que yo la recordaré siempre.
Aunque marzo empezó con mar duro y agua fría y turbia, no queda otra que adaptarse para poder matar el mono. Yo lo que peor llevo es el frío. Con mi traje hecho polvo no me queda otra que cambiar esperas por acechos, lo que me fastidia porque se me dan peor.
Con este plan me dispuse a atacarle a una zona rocosa que queda en el margen izquierdo de una playa y hace de barrera al mar de fondo del oeste. El objetivo, como siempre, eran lubinas, así que cuando vi que en la primera espera me entraban varias formas ovaladas seguí relajado. Error!, porque cuando cinco doradas quileras me pasaron por delante de la cara ya era demasiado tarde para corregir el tiro. Esta visión no es nada habitual en mi zona, pero lejos de amargarme me quedé con que entraron tranquilas y pensé que tendría una segunda oportunidad.
Fui encadenando acechos, cada vez más cerca de la rompiente hasta que entre la espuma vi salir de detrás de una piedra una cabeza que me pareció descomunal. Vaya robalo! pensé y al instante vi que era la dorada de mi vida. En ese momento el instinto tomó las riendas con el resultado de un tiro en el eje cartesiano. Nada de apuntar a la cabeza como siempre hago; tiro en el puto centro y san se acabó.
Comentar que mi colega y yo llevábamos varios años debatiendo que la zona podía dar una dorada buena. Ya habíamos visto en la arena doradas de medio kilo y teníamos fe en que esto terminaría pasando algún día.
Con este objetivo conseguido y el karma por las nubes, el resto de la jornada fue rodado. En otro acecho a la espuma, vi un robalo inmóvil que me daba la cola. Con el mar de fondo no valía hacer ruidos para que se girase, por lo que cambié yo el ángulo y le metí un tiro por la agalla, saliendo entre los ojos. Mucha suerte de que no me viese. Al final de la jornada, el remate lo puso otro acecho en el que me entraron dos lubinacas de frente y pude escoger la más grande.
Con la alegría y el jolgorio y, porqué no, la prisa de volver con la parienta, no me saqué foto con las piezas. Solo tengo estas de las capturas. Imperdonable.