íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Por fin!. Un fin de semana en el que puedo pescar. Estoy ilusionado, tengo novedades en el equipo que quiero probar: las aletas C4 con calzante spetton y las gomas cressi S-45 hechas a medida (en el apartado material, pondré mis impresiones sobre éstos).
Sabado: Nadando en leche
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Se levanta el día nuboso. El mar presenta oleaje suave y las tablas solunares tachan el día de malo. Me acerco a la zona y me encuentro el mar de un color blanquecino. Mala cosa. Hoy la visibilidad es un deseo inalcanzable. Nado de un lado para otro buscando rocas. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Las rocas!. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Dónde narices están las rocas?. El mar parece leche disuelta en agua. Con una constante mar de fondo que no para de zarandearme en todas las direcciones. No hay forma de ver las rocas, ni desde superficie ni desde el fondo.
Encuentro un grupo pequeño de rocas, cerca de la orilla. Voy a intentar la espera, a ver si llega una lubina-torpedo de las buenas. Por lo menos, distingo la punta de la flecha. Algo es algo.
íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Desierto!. No viene a visitarme ni una puñetera salpa, ni una puñetera lisa. En una de las últimas esperas, veo acercarse las siluetas de un grupo de sargos. Hay uno que parece tener un tamaño óptimo (calculo que más de 500 gr.), dobla en tamaño a los demás. Apunto, disparo y íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡zas!. Blanco. Recupero el hilo y me encuentro con un sargo de apenas 300 gr. Pido perdón al dios del mar y libero al sargo. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Mierda de visibilidad!.
Decido que no es día de pescar peces y voy a buscar una barra que conozco donde es posible que encuentre algún pulpo de interés. Hago un barrido y localizo un pulpo majo. 7 bajadas. El tío ha ido al gimnasio y me está puteando vivo (íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡ay, si tuviera un gancho!). Finalmente lo saco, 1,5 Kg. No está mal. Más adelante, otro pulpo cae con mayor facilidad, lo pesco fuera del agujero (1 kg). Veo más pulpos, de menor tamaño, a los que saludo con ilusión y guardo nota de su escondite, para visitarlos más adelante.
El par de pulpetes salvó un día catastrófico.
Domingo: el velo de Jack el destripador
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El día se ha levantado luminoso. Espero encontrar el agua mejor que el sábado.
Llego a la zona y veo el agua peor que ayer. Me alejo, buscando un trozo de rocas que suele tener el agua más limpia. Por desgracia, ya hay dos compañeros ahí pescando. Sigo tirando, hasta otro conjunto de rocas, esperando probar las gomas con alguna lisa gorda que pase por la punta.
Nada, el pescado debe estar encuevado. Hoy, apenas distingo la punta de la flecha y, los pocos peces diminutos que aparecen, parecen sombras de un teatro chino. Nadar en este agua se me antoja como estar inmerso en esa densa niebla que cubría Londres en los tiempos de Jack el destripador. Me asalta la duda: íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿soy yo Jack o una de las víctimas?.
Tras dos horas de dar vueltas por rocas y más rocas, sin ningún avistamiento de interés, inicio el camino de vuelta, abriéndome en el mar, a otro grupo de rocas en las que suelo avistar un banco de herreras, de vez en cuando.
Cuando queda media hora para salir, se materializa el banco de herreras por mi derecha. Guau!. Hay alguna aparentemente interesante. Apunto, disparo y íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡zas!. Ja, ja. Ya le he pillado el número a este maldito banco. Tiro del hilo y... íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡hostia!íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡doblete! (y eso que era mi pez maldito, con el que más tiros he fallado). 700 gr y 500 gr. No está mal.
Estoy convencido de que aquí se acabó la fiesta. Con las herreras, la cosa suele funcionar como sigue:
1) disparas
2) puedes acertar o fallar
3) independientemente de lo anterior, el banco nunca vuelve.
Me doy por satisfecho, recojo la boya y me voy nadando de vuelta. Hago mis ultimas esperitas y, íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡coño!, íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿otra vez el banco?. Nada, nada. A apuntar se ha dicho. Apunto, disparo y íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡zas!, 600 gr más en el pasapeces.
Bueno... para lo mal que pintaba el fin de semana, no he salido de vacío.
