Una última inspiración relajado, con los ojos semicerrados y concentrándome en bajar el diafragma y subir las costillas;las famosas “respiraciones completas” que tanto le costó enseñar a
Guss. Abro los ojos, ejecuto el golpe de riñones y empiezo a aletar, lento y amplio, intentando sacar el máximo partido a unas viejas Gara2000 “prestadas”. Desde superficie se ve el fondo, roca con muchísimos agujeros y matas de
Posidonia oceanica, con algunos bolos enormes. Sorprendentemente he calculado perfecto el plomo y voy cayendo como una pluma. Aterrizo muy suavemente en unos 12-13 metros, y hago un lento acecho entre las piedras para llegar a una visera que cae un par de metros más, y muere en la base de un pedrolo con sombra, donde he visto antes un par de corvas medianitas. Llegando allí veo como sale de un agujero una corva que me mira, y detrás de ella sale su hermana mayor, con ese aleteo elegante e indolente que sólo las corvas saben hacer. Alargo con calma el brazo, con el dedo pulgar pongo la reductora del fusil y disparo casi a placer a medio cuerpo de la corva, que se queda fulminada. Recojo la flecha y subo con una sonrisa en la cara: tan fácil, tan lejano en el tiempo.
Para muchos no será más que un tiro de tantos que hacen en una salida de pesca, para mí ha sido volver a meterme al agua y sacar un pez después de ¿dos años? de sequía pescasub. Un barotrauma de senos frontales, irme acomodando y priorizando otras cosas, mi reciente paternidad, mala suerte con el tiempo, y otra retahila más de excusas que han hecho que sumergirme a por un pez sea eso que ves en los DVDs y que recreas en los post de los colegas del foro.
No sólo ese pez hizo que valiera la pena la salida, en la primera bajada pude disfrutar del saludo de un abadejo de unos 500 gramos que vino a ver qué se acercaba a su visera, en otras de algún merete de palmo defendiendo su territorio, del suave mecer de las hojas de
Posi durante las esperas, etc. Y sin olvidarme del cachondeo de la ida y la vuelta (tanto en coche como en barca), de conocer gente nueva (¡hola
Juanvi!), o de las batallitas de pesca que tanto nos gustan mientras cae el sol en medio del mar.
Y cómo no, de volver a disfrutar comiendo el pescado que has cogido con un arma casi artesanal, olvidada en el fondo del garaje durante dos años y que sigue funcionando como un reloj. Y es a este artesano al que quiero dedicar mi vuelta a los ruedos, porque sé que dentro de no mucho él volverá al agua.
La cena de esta noche va por ti, maese
Kara-yo.