Pero volvemos a la pesca, a cuando dejamos de lado ese sentimiento y aparece el instinto de cazador. Os pongo en situación ;
Son las 5 de la tarde, vine a pasar el día de playa con los amigos y lógicamente, el equipo de pesca se vino conmigo. El agua pinta bien, pero conozco la zona y sé que más de una vez me he llevado un chasco al meterme. Así será.
El agua está muy blanca, hay unas barras y pedrolos muy guapos, pero tendría que nadar bastante a mi, con el agua blanca que no se aprecia el fondo, me da bastante agobio. Mi pesca al final, es casi siempre cerca de costa, donde puedo ver el fondo, y decido hacer lo que siempre suelo hacer. A no más de 3 metros, voy moviéndome entre tablas y cometas de Kiters, la boya aquí no sirve de mucho, pues casi nadie respeta la distancia. Más si cabe, me pego a la orilla, buscando un roquedo que me gusta mucho y donde se suele concentrar bastante comezón. Nadando, me pasa un banco de chovas por debajo, sino me entran a la espera, no les suelo disparar pues es un pez que no nos gusta comer en casa.
Llego donde quería. Localizo dos rocas que crean un canal y me parece un apostadero ideal. me agarro fuerte pues hay un poco de mar de fondo. En estos casos, me encanta sujetarme bien con ambas rodillas, me deja las manos más libres y gasto menos oxígeno, que en este caso, no me hará mucha falta, porque apenas 30 segundos después del último sorbo de aire, me entre este bonito ejemplar de robalo. De los mejores que he cogido este año, aunque estaba ya muy delgado.