Otra vez en la cola de espera del embarque en el aeropuerto de Madrid, para volver a La Coruña. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Cómo hemos desconectado en tan sólo una semana en Méjico! Por supuesto, nuestros equipos de pesca nos han acompañado en el viaje
. Bueno, la verdad es que, a la vista de algunas experiencias anteriores, lo de por supuesto es casi un eufemismo
. La cuestión es que esta vez la bolsa con los fusiles llegó a su destino y apareció también al llegar a Barajas. Nos las prometíamos muy felices porque ya sólo nos quedaba un vuelo y íƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í…“a pesar de la mala fama de la T4- muy mal se tendría que dar ya a estas alturas para tener problemas, cuando la encargada del mostrador de facturación hizo la pregunta habitual. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Qué llevan en esa bolsa? La respuesta habitual. Pues nada, cosas para pescar, para hacer pesca submarina íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿sabe?, arpones y varillas, fusiles, pero de gomas íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿eh?
Una de las cosas que más me gustan de la pesca submarina es que resulta muy difícil que dos salidas o dos viajes de pesca sean iguales. Siempre puede pasar algo, y no sabes detrás de qué piedra puede estar esperando el bicho de tu vida, ni en que aeropuerto se te va a poner cara de bobo.
Es queíƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒâ€ší‚¦según las nuevas normas de seguridad aeroportuaria, no se pueden facturar cañas de pescar, nos dice la susodicha encargada. Se nos pone cara de sorpresa, un poco abotargada por efecto de las horas de vuelo desde Méjico, pero de sorpresa
. Intentamos averiguar el por qué de esta normativa, y la respuesta nos pone a rechinar las neuronas, tan abotargadas como nuestras caras, por lo ilógico. Al parecer, las cintas de transporte de equipaje de la T4 pueden romper ese material, y por eso no se pueden facturar desde allí cañas de pescar. Ni arpones, añade la encargada cuando nos lee en la cara que vamos a replicarle que los arpones no son cañas. Aún así, insistimos. Verá, acaban de llegar por avión aquí desde Méjico, y antes de eso, desde La Coruña aquí y de aquí a Méjico, le decimos con un tonillo de mosqueo incipiente. Si, puede ser, pero ahora desde la T4 no se pueden facturar ni cañas de pescar ni arpones, dice, incluyendo los fusiles, esta vez con más decisión. Además, añade, tal vez tendrían que ir declarados como armas. Maldigo el momento en que los llamé fusiles. Seguro que eso encendió una lucecita dentro del sistema de alarmas de su razonamiento de responsable de facturación y seguridad aeroportuaria. Como en los cuestionarios que te pasan antes de volar a Estados Unidos. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Es usted terrorista o piensa atentar contra el Presidente de los EEUU?. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Es usted pescasub o piensa alojar en la bodega del avión elementos peligrosos que puedan derribar el aparato si una de las gomas cobra vida propia y se transforma en un monstruo capaz de ascender por el sistema de conducciones del avión y estrangular al piloto?
Permítanme un momento, dice. Coge el teléfono. Voy a llamar a seguridad del aeropuerto, para ver si ellos sabeníƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒâ€ší‚¦Empieza el baile. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Pueden abrir la bolsa, por favor? No podemos negar que la encargada es educada y paciente, aunque ya nos va avisando de que su turno acaba en veinte minutos, y que luego nos pasará a otro compañero. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Es que vamos a tardar otros veinte minutos en facturar? Si, intenta explicar a quien la escucha al otro lado de la línea, son para hacer pesca submarina. Pues no, no veo, dice mientras hurga en la bolsa. Se nos empieza a alegrar un poco el semblante, porque suponemos que si no ve algo, es posible que ese problema íƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í…“sea lo que sea- no exista y todo sea un malentendido. Toquetea el extremo de las varillas íƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í…“haciéndome consciente de que ya no son lo que eran cuando salimos de casa con ellas recién afiladas-, y responde a alguna cuestión. Pues, íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿cómo te diría?, como un punzón. Sí. Como un punzón. Se lo piensa mejor y añade, como una aguja de calcetar gorda. Eso es. Como una aguja de calcetar. Miro hacia atrás y veo a uno de mis hijos que no pierde ripio. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Cómo una aguja de calcetar, decía la pava!, dirá luego al explicárselo a los colegas. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Será peligroso llevar agujas de calcetar como equipaje facturado?, nos preguntamos. Nos entran ganas de pedirle el teléfono y tratar de averiguar si quien está al otro lado ha visto alguna vez un fusil de pesca de gomas íƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í…“porque está claro que para ella es la primera vez-, pero no parece prudente enemistarse con seguridad aeroportuaria. Y menos en la situación de desventaja que provoca la falta de sueño. De llamarlo arbalete, ni hablamos, que nos encierran.
Sí, nos informa. Me dicen que tienen que declararse como armas. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Tienen el permiso de transporte de la Guardia Civil? A ver si nos aclaramos, pienso. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿El problema era que las cintas de transporte de la T4 podían romper el material o que son armas peligrosas que hay que declarar para poder transportar? Pues sin el permiso, no pueden facturarlas, pero mire, nos dice sonriendo íƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í…“amabilidad y creo que descojone van de la mano cuando descubre que ya se puede quitar de encima a los pesados de los pescasub- la oficina de Intervención de Armas de la Guardia Civil está justo aquí. Un piso más abajo.
El guardia civil de turno en el aeropuerto es andaluz, pero no tiene demasiado acento. Me mira después de que le explico la situación y me dice que esto está cada vez más difícil. Que claro, para volar a ciertos países, las cosas se complican cada día y salen regulaciones nuevas en materia de seguridad. Seguro que algo en mi expresión lo mosquea. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Adonde vuela, a Estados Unidos? No, le respondo. A La Coruña. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿La Coruña? Ummmm, esto es más extraño, pero ya se sabeíƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒâ€ší‚¦hay un vacío legal con estas cosas. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Puede abrir la bolsa, por favor? Una sensación de dejá vú cuando toquetea la punta de las varillas y constata que están bastante romas. Bueno íƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í…“dice- íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿tiene usted licencia para usar estas armas? Hombre, sólo esta, la licencia federativa, que no es específica de pesca submarina, le digo mientras saco de la cartera la licencia a punto de caducar. Pero es que íƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒâ€ší‚¦íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Es la primera vez en mi vida que me pasa esto! Llevo viajando con mi equipo muchos años, y nunca nadie me advirtió de que se necesitase ningún requisito especial para poder transportar los fusiles, añado. De cualquier manera, me dice, piense que para armas de valor, es mejor hacerlo así, porque si no, al llegar a destino puede tener problemas, o se pueden perder o deteriorar en el viaje. Un momento, un momento, íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿eso significa que el proceso de transporte es diferente al del equipaje habitual? Claro, me explica. Se marca con una cinta adhesiva naranja con la inscripción TZ. Va por una cinta especial, lo recoge una persona y lo lleva a la bodega número cinco del avión íƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í…“que es diferente a la del resto del equipaje- y luego al aterrizar, el proceso inverso. Veo el cielo abierto. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Es más difícil que se pierda la bolsa de los fusiles así! A lo mejor merece la pena, le digo. Claro, pero hay que pagar las tasas, me responde. Problema a la vista, pienso. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Cuánto es? Intento mantener cara de póker cuando me responde. Tres euros con treinta y dos céntimos. Me imagino a un encargado de seguridad del aeropuerto recogiendo nuestra bolsa, trasladándola hasta el avión, y estibándola en la bodega número cinco. Me imagino a otro en La Coruña, sacándola de la bodega número cinco y llevándola hasta la oficina de la Guardia Civil en mano. Me imagino a mí recogiendo la bolsa sin la incertidumbre de si llegará o no esta vez y la sonrisa me delata. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Dónde tengo que pagar las tasas?
Son casi las dos de la tarde. Afortunadamente, hay una oficina bancaria dentro de la T4, y está justo al lado de la oficina de Intervención de Armas. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Será por seguridad para la oficina? íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Será por mi comodidad? Me da igual. Le doy los formularios al funcionario, que me mira con recelo y pregunta íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿No habrá un vuelo de esto ahora? Porque entoncesíƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒâ€ší‚¦empieza la frase y casi empieza a sudar. Es que tengo que teclear mucho con cada uno íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿sabe? Y a estas horasíƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒâ€ší‚¦Lo tranquilizo, pero le pregunto por el horario de apertura de la sucursal. Hasta las dos, me dice. Se me escapa un íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Carallo, por los pelos! Asiente y procesa el formulario, modelo 790. Retiene una copia y me entrega otras dos.
Ahora, de vuelta a la oficina de Intervención de Armas. El mismo Guardia Civil completa el proceso y se queda con una copia, mete otra hoja diferente en la bolsa de los fusiles y me da una copia de ésta a mí, para poder recoger la bolsa al llegar a La Coruña. Perdone, le digo íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿y si hubiera sido más tarde y el banco estuviera cerrado? Pues bueno, me responde, podríamos recoger el importe aquí, pero claro, es un follón, porque no tenemos cambio y se complica todo. Mejor así, me dice. Mejor así, me digo.
Ahora, de vuelta al mostrador de facturación. Efectivamente, la señorita con la que iniciamos el proceso ya acabó su turno, pero pasó el encargo a otra. Reconozco que se portó. Esto nos evita una cola y una espera respetable. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Menos mal que teníamos tiempo de sobra para la conexión y que no hubo retraso en el vuelo transoceánico! Al tratarse de algo ya identificado como un arma, todo es más sencillo que cuando era un elemento que no encajaba en los protocolos habituales . Le coloca los precintos naranjas marcados TZ, llama por teléfono íƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í…“es para que lo reciban a pie de cinta, me explica- y me acompaña a una cinta de equipajes especiales. Por el camino, le comento que es la primera vez que nos ocurre algo así. Me mira con una media sonrisa. Es simpática, y creo que querría reírse francamente, pero me imagino que el código ético del aeropuerto impide a los empleados troncharse a costa de de los viajeros. Es de película de Almodóvar, dice. Me quedo pensando que sí, que lo es, pero que si por tres euros íƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í…“con treinta y dos céntimos- me van a llevar la bolsa de los fusiles en la mano hasta el avión, y de allí a la cinta de recogida, bien merece la pena.
Al llegar al aeropuerto de La Coruña, la bolsa bajó del avión separada del resto de los equipajes. A la oficina de la Guardia Civil. Y a nuestras manos sin ningún contratiempo. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Será siempre así? Si lo es, desde luego merece la pena molestarse en solicitar el permiso de transporte de armas en la Guardia Civil antes de viajar. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Le habrá pasado algo así a alguien más? íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿Será así a partir de ahora? Si lo es, desde luego vale más que todos los pescasub lo sepan de antemano, porque si noíƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒâ€ší‚¦es posible que a alguno lo obliguen a dejar sus fusiles en tierra, y en algún caso íƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í…“en alguna expedición de pesca al azul o a lugares en los que no puedas conseguir equipo de repuesto-, eso podría ser desastroso.