Domingo por la tarde, alrededor de las 4 y tras haber dado buena cuenta de un buen festín nos enfundamos en nuestros respectivos neoprenos, todavía fríos y húmedos del día anterior. El buen ambiente que reina invita a quedarnos un rato charlando entre los que allí nos hemos dado cita: El anfitrión Sergio, Fran, Rafa (que no se metió a pescar), Alvaro y yo. Durante el ritual de colocación de todo el equipo van surgiendo temas uno tras otro en una conversación que podría haber sido interminable. Finalmente pensamos que a lo que hemos ido es a pescar y que ni el viento de poniente ni la mar de fondo que hay nos lo van a impedir. Poco a poco nos vamos metiendo en el agua mientras vamos comentando las diferentes estrategias que podemos seguir. Alvaro y yo nos decidimos por hacer algunas caídas en una zona más profunda a ver si a la espera podemos hacer alguna buena pieza, mientras que Sergio y Fran optan por acercarse a la zona menos profunda donde el mar está todavía más movido, en busca de algún pez despistado.
Tras unas infructuosas esperas le comento a alvaro la posibilidad de intentar acechar a menos profundidad igual que los almerienses... que si ellos han decidido hacer eso, por algo será. Nos acercamos donde bate el mar y vemos que efectivamente todo el pescado pequeño se acumula en los escasos 5 o 6 metros de profundidad que hay donde rompe la ola. Hago algunos acechos y veo como a lo lejos, al final de las apneas, aparece algún sargo de porte interesante. Al poco me cruzo con Fran, que luce en su pasapeces un bonito sargo... hay que ponerse las pilas y demostrar que los murcianos tamibién podemos. Un par de buenas inspiraciones y me dirijo al fondo, tras una gran piedra que sobresale ligeramente, la rodeo por la parte baja y me quedo haciendo una pequeña espera... al ver que no viene nada decido avanzar hasta la siguiente que sobresale 6 o 7 m más adelante... Me deslizo por el fondo adaptando mi trayectoria al relieve del fondo y justo antes de llegar me aparece de detrás de la piedra el primer sargo que ocupará plaza en mi pasapeces tras un certero disparo no demasiado difícil. Al cargar de nuevo veo que mi obus de dyneema ha sufrido un desgaste elevado y dudo de su continuidad, aún así intento cargar de nuevo observando como parte tras un par de segundos.
Lejos de desanimarme, me armo de paciencia y tras sacar un palmo de hilo del carrete vuelvo a hacerme el nuevo obús. Cargo de nuevo observando complacido que resiste bien, al menos por ahora. De nuevo vuelvo a la carga y realizo otro acecho en el cual pongo todo mi esmero resultando una nueva pieza: otro sargo pasa al banquillo de los acusados por estar demasiado cerca en el momento menos apropiado. Observo que el obús ha pasado satisfactoriamente la prueba y vuelvo a cargar mi 100, pero en la primera muesca, ya que el obús me ha quedado algo corto de más y temo partirlo de nuevo. Además que la potencia que tiene es más que suficiente para las piezas que estoy capturando.
Nuevo acecho... vamos a por el 3 de 3, me sumerjo, me paro, observo, avanzo, me oculto... al fondo de una gruta, a contraluz, la silueta de un nuevo sargo, me acerco a la entrada y veo que hay varios, apunto tranquilamente y le invito a pasar con migo el resto de la jornada, a lo que accede sin rechistar ni un poquito.
Conseguido el 3 de 3 vamos a por el 4 de 4... aunque ya es demasiado... el siguiente acecho sólo consigo ver a lo lejos la cola de lo que parece ser un mújol.
Ahora es cuando viene lo bueno... 5 acecho. Me sumerjo como las otras veces y me deslizo sobre el fondo adaptando mi trayectoria al relieve y haciendo alguna parada de vez en cuando. Al pasar por encima de la entrada de un gran agujero distingo en apenas unas milésimas la cabeza de algo muy grande que me mira y acto seguido con un fuerte coletazo se mete bajo la piedra... me quedo petrificado, inmóvil durante un par de segundos digiriendo mentalmente que había pasado... al parecer había sorprendido a un gran mero que estaba apostado a la sombra de su piedra. Lo primero que pienso es que ese mero debe estar ya por el estrecho, tal era la velocidad con la que arrancó... sin embargo considero que todavía voy un poco sobrado de tiempo y puedo echar un vistazo a esa cueva. Es en ese momento cuando me acuerdo de que yo tenía una linterna... y efectivamente, la tengo, pero está en el coche esperando desde hace años poder compartir con migo un momento como este... íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿que se le va a hacer? no me queda otra que mirar muuuuy despacio el agujero e intentar adaptar la vista a esa negra oscuridad que debe invadir el interior de la tana.
Sin embargo, cual es mi sorpresa cuando veo que no todo es oscuridad, sino que al parecer la luz, ya de por si muy atenuada por la turbidez del agua, invade difusamente el interior de la piedra creando un ambiente especialmente acogedor (íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¿que gran paradoja no?). Mi vista, desafortunadamente tarda unos segundos en adaptarse a las nuevas condiciones, pero lo suficiente como para distinguir la silueta del gran animal, al fondo dandome su gran perfil. Lentamente introduzco mi inocente arbaleta armada con una débil varilla de 6'25 y unas gomas circulares cargadas solo en la primera muesca. Veo que en esas condiciones disparar es poco menos que tirar por la borda todos estos años de aprendizaje ya que el mero arrancaría con la varilla a medio clavar hacia lo más profundo de su guarida haciendo practicamente imposible su recuperación.
De repente, el cielo se abre ante mi... el tiempo se para, el silencio invade la escena y todo transcurre a cámara lenta. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡El mero se está girando hacia mi!! y yo tengo mi brazo extendido dentro de la piedra con el fusil apuntando justo entre sus ojos, íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡a unos escasos dos metros de distancia!!. No me lo pienso dos veces y dejo en libertad a ese pequeño trozo de acero que de alguna forma estaba destinado a terminar sus días incrustado en la cabeza de este grandioso animal. Esos escasos dos metros de distancia que tiene que recorrer se convierten por unos instantes en kilómetros y kilómetros como si de un mal sueño se tratase y parece que nunca llegará, pero lo inevitable es inevitable... y la varilla impacta en la mejilla derecha del animal penetrando unos 35 cm en su carne.
El caos hace acto de presencia y los instantes siguientes son una lucha frenética. Lanzo mi fusil hacia atrás, hacia el exterior de la cueva mientras agarro del hilo. El mero por su parte, en su intento por darse la vuelta en el interior de su cueva no lo ha conseguido y ha dejado la varilla completamente doblada, pero está de frente a la salida y no me cuesta demasiado desalojarlo, cosa que consigo tras un par de tirones.
Finalmente el mero está fuera de la piedra y poco tiene ya que hacer, lo abrazo para evitar que en uno de sus bandazos me atice un varillazo mientras que una ligera flotabilidad positiva me eleva suavemente hacia la superficie.
Al irrumpir nuevamente en la superficie vuelvo a la realidad de un mar con marejadilla, cielo nublado, viento de poniente... Mientras termino con la vida y el sufrimiento de estre formidable rival pienso que ha pasado toda una vida desde que me sumergí hace escasamente un minuto y medio cuando iniciaba mi inocente acecho sin saber lo que el destino me tenía preparado. Y realmente, ha sido así.