-¿Que lleva usted en la maleta alargada?- Me pregunta la chica del mostrador, con cara de malas pulgas. Estaba mal aseada y parecía que le habían echado un mal polvo. Mal rollo, pienso.
-Equipo de pesca- le contesto.
-Ahhhh. Muy bien. Pero pesa 26kg. Tiene usted que sacar algo, el máximo son 23kg- Me dice con aire salomónico.
-Pero si está precintada ¿Me va a hacer desprecintar la maleta por 3kg? -
-Lo siento, son las normas-
Tardé más de 10 minutos y me pegué una sudada de órdago en sacar 3kg de una maleta que los traspasé a la otra maleta. Menuda idiotez, pensé, si al final va el mismo peso total.
En fin, estoy contento. No ha habido ningún problema en la facturación y he cogido asiento de emergencia.
Al cabo de un rato me reuno con el todo el equipo matadore: Fernando, Carlos, Montero y Vicente. Nos enseñamos las fotos de rigor, nos ponemos los dientes largos, y la aventura da comienzo.
El vuelo transcurre sin incidentes y llegamos a la hora prevista a San José. Pero las maletas de Fernando y mías no salen por la cinta y nos empezamos a temer lo peor. Al cabo de 15 eternos minutos asoman tímidamente por la puerta; ahora sí, ahora ya podemos empezar.
Cogemos nuestro flamate Montero largo, metemos todas las maletas en el interior como piezas de un tetris y los fusiles los acomodamos en la baca. Ahí van bien.
Nos pegamos una buena paliza de coche entre riscos nublados con temperaturas dignas de los Alpes. El Cerro de la Muerte, lo llaman. Se conoce que la gente caían como moscas del frío que hacía. Al cabo de 150 interminables y sinuosos kilómetros llegamos por fin a nuestro destino. Pero no tenemos donde dormir. Vamos preguntando por las calles. Pero todo está completo y son las 11 de la noche y en este país, a esta hora, está ya todo el mundo durmiendo. Después de dar mil vueltas nos indican unas cabinas que puede que tengan un hueco y nos recibe una alemana en salto de cama
. La alemana estaba muy dicharachera y yo pensaba que se iba a quitar el salto de un momento a otro y nos iba a poner a todos en fila a cumplir, uno tras otro. Al final, como siempre, no pasó nada y dormimos en dos espaciosas habitaciones que la alemana del salto, nos cobró a precio de oro.
Al día siguiente, nos levantamos temprano y desayunamos, si aquello se le puede llamar desayuno. Joder, que tristeza de desayuno. Solo había huevos cocidos y mermelada. Así que al final nos tocó papearnos unos jugosos sandwiches de huevo duro con mermelada. Buajjj.
Minutos más tarde estábamos listos para nuestra primera salida. Las pangas eran carísimas. Los capitanes estaban acostumbrados a tratar con yankies forrados fanáticos del sportfishing (Marlin) y las tarifas que manejaban eran estratosféricas. Menos mal que íbamos 5...
La primera salida se desarrolló relativamente cerca de la costa (unas 3 millas). No eran bajos buenos porque todos velaban y obviamente los conocía hasta el Tato. El agua estaba muy turbia pero nos sirvío para un primer contacto, comprobar nuestro lastre y probar equipos.
La sensación de cambiar el 7mm+8kg por un mono de 3mm+2kg era como pescar en el Nirvana. Dios, que gusto.
Estuvimos varias horas sin ver una cola. El mar trabajaba que daba gusto y había un tumbo importante. La visibilidad era de unos dos metros. A media tarde, a Montero se le escapó un gallo enorme. Cuando después de varias horas, me subo al barco y veo los dos pargos colorados que habían pillado mis compañeros, lo flipé en colores. Eran preciosos. Al final, el día se saldó con un par de pargos colorados, un pargo negro (cubera), una barracuda y una sierra. Más que suficiente para cenar como reyes.
Un bonito pargo colorado.
Montero con dos pargos colorados.
Al día siguiente nos trasladamos a un hotel de lujo, que nos venía a salir lo mismo que las cabinas de la alemana calentorra, pero estaban infinitamente mejor y sobre todo la comida no tenía ni punto de comparación.
La ubicación del hotel era de ensueño. Estaba enclavado en mitad de la selva y las habitaciones formaban parte de ésta. Las vistas panarámicas eran fabulosas y las chicas del mostrador estaban buenísmas y nos trataron de maravilla. Así si se va uno de vacaciones. Más a gusto que un arbusto. Nos sentíamos como auténticos monos aulladores. Auuuuuuuhhhhhh!!!!!!
El día siguiente lo dedicamos al Blue Water Hunting. Elegimos un bajo a tomar por culo de la costa, famoso por sus atunes de aleta amarilla. Por el camino fuimos sorteando los peces vela, que había tantos que apunto estuvimos a atropellar a más de uno. De hecho a los peces vela no les hicimos ni caso, porque no era cuestión de llenar la barca en media hora y solo nos dedicamos a los marlins y a los YFT. Al cabo de media hora haciendo apneas en mitad de la nada, llegamos a la conclusión que allí ni había velas, ni marlines, ni atunes, ni bajo, ni nada. Era el puto desierto azul. Tan solo nos alegró la mañana un inmenso banco de delfines que se acercaron a nosotros con aire circunspecto. Evidentemente, lo de los vela era en sueños.
Desistimos y nos fuimos a un bajo que conocía Carlos. Y allí la cosa ya cambió radicalmente. Fue pasar del desierto al paraíso. Una infinidad de peces se abrían ante nosotros, primero pargos rojos y más abajo estaban las cuberas, potentes lutjánidos de escamas de cobre y dientes de lobo. Las cuberas son unos bichos que imponen, vaya si imponen; con esa cara de bulldog, esa mirada altiva y sobre todo por su exagerada potencia. El objetivo estaba fijado: CUBERA.
Detalle de la boca de una cubera:
La pesca fue rápida y efectiva. En menos de dos horas salieron varios hermosos pargos que fueron cubriendo el suelo de la panga de rojo vermellón. Aunque el pescado abundaba, las condiciones eran bastante duras. El fondo estaba a 27 metros y la corriente era bastante fuerte. Tenímamos que pescar agarrados a la boya marcadora, y descender hasta el fondo en diagonal con lo cual las apneas se veian muy desmejoradas.
Armamento:
Fernando utilizaba un neumatico de 135 con varillas de 8mm y punta zafable.
Carlos un Picasso 110 carbono doble goma.
Montero un Rob Allen 110 doble goma.
Vicente Riffe 100 doble goma.
Yo un Tornado 110 (3 gomas varilla de 8mm).
Las pescas se fueron secudiendo. Los peces no se pinchaban solos, por lo menos no hasta que bajabas 25m con una corriente del carajo. Fueron saliendo pargos y ojaranes, ojaranes y pargos y todos los días hicimos buenas pesqueras.
Vicente con una cubera:
Un día, ya en la barca, Montero pega un aullido de dolor al ponerse el escarpín. Tira el escarpín al suelo, y de dentro sale un escorpión bostezando tan campante. Nosotros acojonados, hasta que el barquero no dijo: no problem. Yo ya estaba afilando el hacha para cortar...
Fernando con una guasa del tercer día.
Yo con un ojarán. Salió otro más grande.
Bueno, faltan muchas cosas y quedan infinitas fotos más. Otra día añadiré más fotos y anécdotas. Espero que os haya gustado.