El marido, en su lecho de muerte, llama a su mujer. Con voz ronca
y ya débil, le dice: Bien, llegó mi hora, pero antes quiero hacerte una confesión. No, no, tranquilo. No hagas esfuerzos. Pero, mujer, es preciso -insiste el marido-. Es preciso morir en paz. Te quiero confesar algo.
Está bien, está bien. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Habla! He tenido relaciones con tu hermana, tu madre y tu mejor amiga. Lo sé, lo sé -le dice la mujer-. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€š¡Por eso te envenené