Las pescantinas ilegales de A Coruña hacen su agosto gracias a la crisis
Cada vez más personas acuden al muro del recinto portuario para comprar el producto que desechan los legales
Mujeres sin autorización venden por menos de la mitad de su precio todo tipo de especies, incluso marisco
Autor:
Emiliano Mouzo
Fecha de publicación:
6/9/2009
http://www.lavozdegalicia.es/dinero/2009/09/06/0003_7952114.htmQue el puerto pesquero de A Coruña se conozca como el Muro no es por capricho. Adquirió ese sobrenombre porque antiguamente las transacciones de pescado en la ciudad se hacían al abrigo de un antiguo paredón de piedra, o esa es al menos la explicación que dan los más veteranos del recinto. Ese apelativo se mantuvo a lo largo de los años y, hoy en día, cobra más sentido, si cabe, pues el muro que actualmente cierra el perímetro del recinto pesquero lleva un tiempo haciendo las funciones de improvisado puesto de venta de pescado. Sus placeras (personas sin autorización alguna) son algunas de las mujeres que antes vendían en una zona del muelle denominada rindanga las especies menos apreciadas, como melgacho, fanequitas, castañeta, xarda, lirio... Incluso el pescado y el marisco melado o muy poco fresco -y en la mayoría de las ocasiones roto- que era desechado por los exportadores, minoristas y pescantinas. Su clientela estaba compuesta por consumidores de pocos recursos económicos.
Este mercado paralelo ha vuelto a cobrar un importante auge en los últimos meses. La crisis económica está desviando a un importante número de personas de plazas y supermercados al muro del recinto portuario.
El producto que se pone a la venta se consigue en su mayor parte como antiguamente; es decir, es recogido por las vendedoras entre los descartes que hacen los profesionales que operan en el muelle. El pescado se presenta en lotes, y la oferta sigue siendo la misma: jurelos, diminutas pescadillas, choupas, melgachos, castañetas... Y la calidad del pescado deja bastante que desear, según los habituales del Muro. La falta de frescura de las especies se aprecia a simple vista: el pescado no brilla, las agallas han pasado del rojo fuerte al blanco, la flacidez de la carne es total, y los ojos están ensangrentados, si es que aún tienen.
El proceso higiénico-sanitario brilla por su ausencia. Las especies se guardan en cajas a la intemperie, al lado de un transformador eléctrico y sin una escama de hielo que proporcione frío. En los envases, el pescado recibe tanto el agua de la lluvia como los rayos del sol. Se manipula sin guantes. Y los lotes de mercancía se exponen sobre trozos de poliespán que son reutilizados un día tras otro, sin que en ningún momento sean pasados por agua limpia.
Pero tanto la calidad del producto como el proceso de venta parece que poco importan a los consumidores, dada la gran cantidad que acude todos los días a la compra. Lo que prima es el precio y, en ese aspecto, el mercado paralelo sale ganando.
Así, en el muelle pueden comprarse ocho castañetas y dos kilos de jurelos por 10 euros, cuando esas especies en la plaza de abastos se pagan a 3 y 5 euros el kilo, respectivamente. Más ejemplos: un lote de dos kilos de parrocha se consigue por 2 euros, mientras que en el súper está a 8 el kilo. Dos kilos de choupa valen 5 euros; en la plaza, a 9 el kilo.