Reconozco que muchas de las cosas que hago, las hago de una forma muy particular, más bien como pienso que debo hacerlas, que como marcan los cánones establecidos.
En el caso de los fusiles que puedo ir realizando, no iba a ser menos. Una actividad a la que le dedico algo del poco tiempo libre que tengo, y con la que no puedo comprometerme como debería o quisiera. Siendo esto así, y para ser sincero con todo el mundo, nunca acepté pagos por el encargo ni nada parecido. Los hago al ritmo que puedo, y cuando los tengo listos, se lo comunico a quien estaba interesado. Si se cansaron de esperar, debido a posible s retrasos, ningún problema, ya que siempre suele haber algún amigo de amigo de amigo esperando. Siempre me pareció lo más justo.
Javier me contactó antes del verano porque quería uno, y lo quería cuanto antes. Le dije cómo trabajaba, le pareció bien, y quedamos en hablar cuando estuviese listo. El asunto se retrasó porque en el verano, algunos colaboradores se tomaron unas laaargas vaciones. Javi me contactaba de vez en cuando para apurarme y me decía siempre que “vamooooos, que ahora es cuando las aguas están buenas…” “que se me pasa lo bueno…” Me mandaba un recordatorio cada cierto tiempo.
En el último mes no recibí ningún correo suyo. Me imaginé que quizás se hubiese cansado de esperar.
Hace unos días le dije que el juguete estaba listo y si seguía interesado se lo mandaba, y si no, ningún problema.
No me contestó.
A los pocos días le volví a mandar otro mensaje , y más de lo mismo.
Pensé que quizá estaba de vacaciones, desconectado de internet. Así que revisando sus e-mail encontré uno donde me había dejado su número de teléfono móvil. Le llamé, y no me atendió la llamada.
Al poco rato me llamaron desde un número de móvil desconocido, preguntándome quién era, y diciéndome que había llamado al teléfono de Javier. Le dije quién era yo y que quería hablar con Javier. Él me dijo que era su hermano. Y que Javier ya no podía ponerse, que había fallecido hace un mes.
Me quedé sin palabras. Sabes que es un segundo perder la vida por un accidente, pero cuando acabas de leer un correo de alguien, aunque el mail sea atrasado, casi te imaginas que está en persona al otro lado, acabando de escribirte.
Le pregunté cómo había sido, y me dijo que falleció buceando hacía un mes.
En el tono de voz noté una mezcla de ira, reproche y resignación. “Sí, fue buceando… buceando…”, me dijo. Pesaban toneladas esas palabras.
Sólo acerté a decirle cuánto lo sentía, y a darle ánimos. Ánimos… Toca decirlo, pero te sientes como un gilipollas cuando es lo único que se te ocurre decir.
Empieza a ser tan frecuente, o al menos, algo no tan inusual ya, que cuando ves la noticia y unas iniciales en la prensa, te pones la coraza y sigues adelante. Como cuando ves un accidente grave en carretera. Imagino que es un mecanismo de defensa que tenemos. Algún esquema mental nos haremos ante estas noticias cuando no nos afectan muy directamente que te permite seguir conduciendo y no bajarte del coche asustado, o te permite seguir buceando sin miedo a quedarte abajo.
Lo peor de todo esto, es que ya no sabes qué decir. Todo está dicho, una y mil veces. Y ves que no sirve de nada. Es una impotencia brutal. Y la magnitud de la desgracia, no puedes ni quieres imaginártela hasta que ya es demasiado tarde.
En realidad, no sé muy bien porqué escribo esto. Seguro que no voy a acojonar a nadie, aunque eso ya sería un buen cometido. Pero estaría bien no dejar de tener presentes algunas imágenes cada vez que vayamos a hacer pesca en condiciones… serias, digamos.
En mi caso, me llevará un tiempo evitar que me venga a la cabeza la imagen que me describió algún conocido de Javier: trayéndolo en barco a costa, intentando recuperarlo, mientras su familia y amigos lo esperaban en el puerto.
Un saludo.
Javi.