Nunca es suficiente. Y es que, en la lucha contra el furtivismo, el enemigo también está en casa. Un furtivo relata, desde dentro y sin pudor, cómo se las ingenia para saquear los bancos marisqueros, burlando la vigilancia y con la complicidad de particulares, restaurantes y compradores que forman su red clientelar.
Lleva diez años trabajando como mariscador en Aguiño (Ribeira). Los mismos que se dedica al furtivismo. Ahora, acaba de dejar esta actividad para trabajar en "otras cosas, fuera de aquí". Pero, antes, quiere dejar su testimonio: "así se roba y se vende luego el marisco", dice. "Es un negocio redondo", señala al referirse a una actividad ilegal que se lleva a cabo en un círculo secreto, lleno de rivalidades, pero blindado por las complicidades.
"Cada día llegan a puerto cientos de kilos de marisco procedentes del furtivismo. A veces se triplican los topes máximos autorizados (15 kilos de navaja por persona y día, 5 de percebe, 7 de almeja blanca y 15 de la roja). ¿Para qué se cree que llevamos a bordo tantas bolsas de plástico", explica. "Furtivamos hasta en el Parque Nacional. De los 180 mariscadores que hay en Aguiño, el 90% practican el furtivismo", dice. La pregunta es: ¿Son conscientes los mariscadores de que el daño se lo hacen a ellos mismos? "Todos nos quejamos, pero nadie da el primer paso. ¿Por qué no lo denunciamos donde debemos hacerlo? Pues porque hay que identificarse. Y todos tenemos miedo a represalias", señala.
"El problema es que estamos saturando el mercado y los precios están cayendo cada vez más. La mayoría de los furtivos son mariscadores. Yo diría que sólo un 3% no lo son", señala.
Mientras, intenta purgar su pecado con su testimonio, destapa uno a uno los seis huecos secretos en los que se pueden ocultar hasta cien kilos de marisco en una embarcación de seis metros de eslora. Pero, ¿por qué lo hacen? ¿Necesidad o ambición? "Hace años era por necesidad. Era un extra. Pero, ahora, la mayoría lo hacen por ambición... y por vicio. Es un dinero fácil y tentador".
El depósito de combustible se desplaza con sólo aflojar dos tornillos y deja a la luz dos escondites (debajo y detrás). Como si de la caja de un mago se tratase, surgen huecos en las esquinas de popa y de proa, en el suelo y hasta debajo del volante. Se las saben todas. "En 10 años nunca me cacharon estos escondites", presume este furtivo desde el anonimato. "Hasta hace poco estuvo vigente un sistema que consistía en una ventanita imperceptible que tenía un motor y que se abría accionando un botón desde el volante. Hasta que los vigilantes se lo descubrieron a alguien".
Podría parecer que estos huecos vienen de fábrica, pero los hacen los propios furtivos, expertos en marquetería. No hay talleres implicados... por si acaso. El poliéster es su único aliado. Cuando los mariscadores salen a faenar, uno se queda en tierra: vigilando a los vigilantes. No hay códigos secretos; no hacen falta.
Los furtivos se tapan entre sí... por la cuenta que les trae. "A nadie le interesa chivarse", dice.
Ya en tierra, con decenas de kilos de marisco ocultos en la lancha, que nunca pasarán por lonja, se desplega la red. De la lancha, al coche; del coche, a casa. Cuatro llamadas de teléfono y ya hay clientes. "Les dejo el marisco al mismo precio que se vendería en la lonja". Pero entonces, ¿dónde está el negocio para el comprador? "Aquí el que tiene que hacer el negocio soy yo", responde con ironía. Luego matiza: "se ahorran el 30% de sobrecoste que adquiere el producto desde que sale de la lonja hasta que llega a los mercados. ¿Le parece poco?".
La regla de oro del furtivismo es, según él, "robar más que nadie y trabajar cuando los demás descansan. Una vez hice un año sabático, sin furtivar... Hice el imbécil", concluye. "Se suelen sacar una media de 2.500 euros al mes. Yo llegué a sacar 10.000 euros en un solo día por cien kilos de percebes", dice. Su ejemplo es, sin duda, un mal ejemplo.
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