Tras los pasos de un percebeiro ilegal en Galicia
lunes, 26 de noviembre de 2007
Un percebeiro despegando los crustáceos adheridos a la roca.
No pertenece a ninguna cofradía. No tiene seguridad social. Se expone a multas de 500 euros y a un golpe de mar que podría matarle. Lleva 10 años en las rocas arrancando percebes, ganando hasta 3.500 euros al mes.
Por primera vez un reportero acompaña a un furtivo a mariscar para mostrar su trabajo clandestino. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚«Estoy orgulloso de lo que soy. No tengo nada que ocultaríƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚», presume.
Texto y fotografías de Pelu Vidal para El Mundo
Según la Consellería de Pesca de la Xunta, en septiembre Galicia contaba con 782 percebeiros legalizados. Pepe, el tipo enjuto que se sienta frente a mí, no es uno de ellos. Estamos en una cafetería de un pueblo costero de Pontevedra. El lugar está muy tranquilo. Media hora antes de la cita aparece. Alto, delgado, mediana edad. Manos de piedra cuyos dedos sujetan con firmeza el cigarrillo rubio americano. Rostro curtido, de esos que sólo dan la mar y el paso del tiempo.
Desde hace 10 años Pepe se dedica a la pesca furtiva del percebe, uno de los tesoros más preciados que da el mar gallego. Hasta 150 euros se puede llegar a pagar en lonja por un kilo. La región tiene 1.195 kilómetros de costa, de los que 820 son acantilados. Un entorno ideal para que el cotizado crustáceo se reproduzca con facilidad. Y para que centenares de pescadores, legalmente bajo el paraguas de una cofradía o ilegalmente como Pepe, se busquen la vida arrancándolos de la roca. Es imposible precisar el número de furtivos que, eludiendo la vigilancia, capturan el percebe y lo venden fuera del circuito de las cofradías, pero es abundante.
Rara vez se dejan retratar. Menos aún permiten que un fotógrafo los acompañe a faenar y en contadas ocasiones acceden a contar su historia. En contra de lo que pudiera imaginarse, Pepe no tiene miedo. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚«Estoy orgulloso de lo que soy. No tengo nada que ocultaríƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚», afirma. Y procede a narrar con serenidad su dedicación, algo que va más allá de un sueldo, es un principio vital.
A las siete de la mañana el rumor del mar advierte a Pepe de que es la hora de iniciar una nueva jornada. El mar está en calma, pero la marea no será buena hasta pasado el mediodía. El horario de trabajo depende de las mareas y tiene que coincidir con la bajamar, cuando los percebes quedan al descubierto.
A veces toca salir de noche y otras de día, pero lo que procura es no ir solo. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚«Antes trabajaba sin compañía, pero no es aconsejable. Es muy peligroso. Resulta fácil tener una caída. Por la noche es sencillo pasar inadvertido, pero el riesgo de un accidente es mayor. No ves llegar las olas y tienes que guiarte por el oídoíƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚», explica.
Liturgia oculta. No será hoy el caso. Mientras asoma el día, Pepe se viste, desayuna y arranca su tarea cotidiana, que comienza por revisar y poner a secar al sol el traje de neopreno, aún húmedo, con que acude a mariscar. Acto seguido, escoge y selecciona el percebe del día anterior, que más tarde llevará a su comprador habitual. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚«Me paga un precio fijo durante todo el año, 35 euros por kiloíƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚», comenta. Sólo hace una marea por día, y no siempre todos los días. La suele saldar con entre seis y siete kilos de percebe. Un buen mes de verano, cuando casi todos los días puede salir a mariscar, puede ganar 3.000 o 3.500 euros. En invierno, con el mar enrabietado, puede haber meses de 1.000 euros y gracias. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚«Podría ganar más dinero haciendo dos mareas al día. Cogería más kilos. íƒÆ’í†â€™íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í‚°se no es mi plan. Me basta con lo que necesito para viviríƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚», considera.
Un romántico, vaya, aunque no piensen lo mismo los percebeiros legales. Supeditados a la cofradía de pescadores, de la que deben ser socios, los legales sólo pueden ir a trabajar los días que indica la cofradía, que han de coincidir con la marea baja y en horario de mañana. Dependiendo de la zona costera, su cuota de capturas diarias oscila entre cuatro y seis kilos. El precio en la lonja del crustáceo, condicionado por la temporada y la demanda, fluctúa entre 35 y 100 euros. De este valor, la cofradía se queda un 2% para gastos.
Quedamos para comer a la una de la tarde. Se sincera. Porque la vida de Pepe El Furtivo, divorciado y con dos hijas, no siempre fue así. Hace 10 años era un empresario de éxito que dirigía una distribuidora de productos alimenticios por toda la provincia de Pontevedra. El negocio funcionaba, pero la vida de Pepe no. No se sentía a gusto con la sociedad que le había tocado vivir, con el ritmo impuesto, con un cargo de directivo heredadoíƒÆ’í‚¢íƒÂ¢í¢â‚¬Å¡í‚¬íƒâ€ší‚¦ Así que, tras vender la empresa, se despidió de su antigua vida y empezó a aprender el oficio de percebeiro. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚«Me considero un inadaptadoíƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚», dice entre risas.
Si su lugar no estaba en la telaraña de relaciones sociales de una oficina, tampoco iba a estar en una cofradía. El motivo por el que no pasa al lado de los mariscadores legales trasciende burocracias, licencias y cuotas. Es su forma de decir no a un sistema del que desconfía. Cree que no se respeta ni el plan de explotación, ni el tamaño del percebe (4 cm es la talla mínima), ni el tope de kilos por día. íƒÆ’í†â€™íƒÂ¢í¢â€šÂ¬í‚°l, que no es un furtivo de fin de semana, quiere ser percebeiro toda su vida: íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚«Por eso cuido mi futuro, siempre dejo que las crías se desarrolleníƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚».
Cada año, las cofradías envían a la Xunta un plan de explotación, y la oferta de nuevos puestos suele ser mínima, ya que la costa está bastante agotada. En caso de obtener licencia y plaza, hay que hacerse socio de una cofradía, pagar la cuota de 45 euros por año y ser autónomo.
Se hace tarde. Ponemos rumbo a Cabo Silleiro (en la costa pontevedresa de Mougás), un lugar que íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚«da muy buen percebeíƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚», pero en el que el control de vigilancia es mayor. Pronto se hará de noche. Toda precaución es poca. Comienza su ritual: esconde el coche en el monte, se enfunda en su traje de neopreno y camina un buen rato hasta llegar a la costa. Nos adentramos en el mar dos horas antes de la bajamar. Para recoger el percebe, que a veces se encuentra a más de dos kilómetros de la costa, nada y camina. Unas gafas, un tubo, una rasqueta, una mandileta y un saco para transportar la mercancía completan sus útiles de trabajo. Su método es selectivo: coge uno aquí y otro allá, sin esquilmar las piedras. A las nueve de la noche, Pepe emprende el camino de regreso, con el saco lleno de percebes en un brazo y la rasqueta en el otro. A pesar de que ya es de noche, decide fondear el cargamento en el mar. Al día siguiente volverá a por él. El objetivo es evitar la demanda que la Xunta le impondría.
El importe de la sanción depende de los kilos extraídos. El baremo oscila entre 300 y 500 euros. Le confiscarían todo el material, quedándose literalmente en calzones. Pero no le preocupa demasiado. íƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚«Son gajes del oficioíƒÆ’í¢â‚¬Å¡íƒâ€ší‚», apostilla. Incluso tiene una deuda considerable en multas.
Once y media de la noche. Llegamos a su casa. Se siente satisfecho con la jornada. Calcula que ha conseguido entre seis o siete kilos. Por hoy ya es suficiente. Se deja caer en el sofá. Mañana, otra odisea.